Aunque Carmen Alardín (Tamaulipas, 1933) mencione que “todo poema es incompleto,” también nos demuestra de la manera más diáfana y desnuda de la palabra, que la poesía sigue un curso natural, lento y demasiado vivo en busca de su perfección. Poseedora de un lenguaje evolutivo, su sobria cadencia nos permite desentrañar los secretos más profundos de y desde uno de los más humildes seres en la naturaleza, el caracol, y quizás por analogía, encontrarnos en el laberinto original que la galardonada escritora (Premio Nacional de Poesía Xavier Villaurrutia en 1984) ha construido a lo largo de medio siglo de laboriosa actividad poética.
Caracol de Río es para todo aquél lector que lleva su lenguaje, “la casa del Ser” a sus espaldas, o al menos como un signo de interrogación dormido en su entrecejo. Y la interrogante que nos pulsa inmediatamente en la cabeza, al iniciar la lectura de este poemario, es si en todo ser humano habita un caracol en el cual éste ser se resguarda, o somos nosotros, simplemente ausentes, quienes habitamos esa concha vacía… Al respecto, en uno de los textos la autora misma nos contesta: “Soy caracol adentro de mi madre./ Voy grabando sus miedos para enterrarlos en la arena, cuando la luz desate/ su tormenta y su fuego sobre mí.” Y pronto caemos en cuenta de que húmedos nacemos de nosotros y desnudos nos exponemos ante la verdad simiente de nuestro propio alumbramiento.
El caracol, “piedra viva” lo simboliza todo para Carmen Alardín, animal con el cual ella misma se identifica ya que representa la cuna, el hogar y la pétrea mortaja del ser. Y más que un sarcófago, encarna la evolución concéntrica de la existencia. He ahí su esencia, mencionó en una entrevista, “la esencia de cómo vivimos a veces”, arrastrando desnudos nuestra casa, que desde una aventurada interpretación, el lenguaje (la casa del ser) que arrastramos es con el cual también nos vestimos.
El amor y el erotismo son una incesante búsqueda de libertad en los poemas de la poetisa y maestra en Letras Mexicanas, como también, un desafío a la nostalgia, pues como señaló Angelina Muñiz-Huberman, ésta no se emite, sino que más bien permanece encerrada: “Eras mi río y me dejaste un caracol./ Por él te busco/ y en las noches te encuentro/ porque las noches son para saciarse de las carencias con que crece el día.” Nos inmiscuimos dentro de la piedra en busca de la fluidez del otro grabando nuestros deseos, lo que nunca ha sido nuestro, mas quizás pudo haber sido. La nostalgia es pues esa “laberintitis caracolínea” que padece el hombre, esa “codicia por la línea”, pues cuando estamos nostálgicos de amor pensamos que avanzamos aunque en realidad demos ningún paso dentro de esa espiral umbilical que nos contagia de un doloroso deseo de regresar a “ese” punto inmóvil.
Leer a Carmen Alardín en Caracol de Río es atreverse a ser ceniza y devolvernos al origen de esa concha olvidada que no nos ampara, que simplemente nos oculta dentro de su cálida elocuencia y fresco ingenio. Autora homenajeada de otras publicaciones de gran importancia en la literatura Iberoamericana como Pórtico labriego (1951), Celda de viento (1953), Después del sueño (1957), Todo se deja así (1960), No pude detener los elefantes (1964), Canto para un amor sin fe (1971), Entreacto (1981), La violencia del otoño (1982) y La libertad inútil y algunas noches (1984), la licenciada en Letras Alemanas de la UNAM goza de ese gran prestigio literario gracias a su espontaneidad y profundo lenguaje rítmico. Sin duda el lector encontrará en el río de sus palabras una cautivante y lúcida reflexión sobre la realidad y la fantasía que lo invite a soñar dentro de ese pequeño ombligo andante, el microcosmos del caracol.
4.15.2007
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